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ADÁN NO TIENE MARUTO

Solo cinco familias de pescadores dieron vida a El Agüero; por ello, el caserío resultaba como un clan que había hallado refugio junto a la desembocadura de uno de esos ríos que nacen en el valle y se disparan a hacia el norte para medir las profundidades del golfo.

Se prendió una gran fiesta a cuando se supo que Génesis estaba encinta. Ella era la menor de la segunda generación , lo que la convertía en la consentida de El Agüero. Todos se dedicaron a cuidar de su embarazo, que fue regular y sano; además, Génesis tuvo la oportunidad de dar a luz en el ambulatorio de la capital del municipio, donde contó con asistencia médica, fortuna con la que las mujeres mayores no hubiesen podido ni soñar. La joven parió un varón sano y robusto al que dio por nombre Adán.

El muchacho creció recio y activo; antes de cumplir cinco, entraba al mar y nadaba con una destreza olímpica que sorprendía a los adultos. Poco a poco, fue robando a su madre el privilegio de ser el consentido, pero para desgracia suya y zozobra de la comunidad, nació con una deformidad que los fundadores interpretaron como augurio de maldiciones y grandes desgracias: en su vientre no se había formado la cicatriz del ombligo. «Adán no tiene maruto», dijo su abuela antes de desvanecerse empapada del sudor frío que el terror exudó en ella al ver la pancita de su nieto.

Para combatir la fatalidad, los fundadores llevaron a Adán río arriba en búsqueda de uno de esos brujos que curaban el asma y la culebrilla con oraciones que canturreaban mientras fumaban el tabaco con la candela hacia adentro, pero llegaron hasta San Lorenzo sin encontrar ni uno solo que se atreviera a enfrentar el enorme poder que estaría detrás de un prodigio tan demonial como el que fustigaba a Adán. Los médicos cubanos tampoco hallaron una cura y los pobladores rechazaron la solución que estos plantearon, que consistía en cauterizar la piel donde debía estar el estigma del alumbramiento.

Confiados en que podían redimir a Adán de su destino, cada septiembre, los viejos lo subían al bote que conducía a la Virgen en la procesión que la llevaba de ensenada en ensenada.

Adán amaba esos viajes porque su mayor deseo era convertirse en pescador, como todos en el pueblo, pero nadie se atrevía a integrarlo a su tripulación porque pensaban que convocaba a la mala suerte

Desde muy niño, cuando Adán era hostigado por su anomalía, Génesis se enfrentaba, furiosa, a sus acosadores y les gritaba: «Adán no tendrá maruto, pero es fuerte y astuto».

Cansado de no poder pescar con los otros hombres del pueblo, Adán, terco en su empeño, decidió hacerse pescador a su manera; para ello, subió a las rocas que dibujaban la costa oriental de la ensenada donde anidaba El Agüero y se sentó con unos metros de guaral a pescar desde la orilla del cerro. En su primer intento cogió varias piezas de gran tamaño que, para mayor suerte, estaban cargadas de jugosas huevas, que era la captura más apreciada en El Agüero al ser la presa que se vendía a mejor precio en los puestos que los pobladores habían instalado al margen de la carretera para ofrecer el producto de la faena diaria a los viajantes,

Por semanas, Adán subió constante al cerro deseoso de o lanzar el cordel al agua para robarle peces al mar.

El resultado de su constancia fue acumular generosas capturas con las que borrò la creencia de que estaba maldito; Los pescadores ganaron tanta confianza en él que lo dejaron subirse a los peñeros y, un día, para su sorpresa, le pidieron que lanzara la atarraya ; cada vez que lo hacia Adán, la manga volvía colmada de las especies más cotizadas por los citadinos y al soltar la carga sobre la madera del bote todos los peces caían, como por gracia divina, con los ojos brillosos, las agallas coloradas y los vientres cargados de huevas deliciosas. Él se convirtió en el encargado de lanzar la atarraya sin importar quién estuviese a bordo; antes de soltar el chinchorro, desviaba su mirada al cerro desde donde decidió combatir a la superstición y a la ignorancia, agradecía a las rocas que lo habían asilado y susurraba, como un mantra:« No tendré maruto, pero soy fuerte y astuto». Luego lanzaba la atarraya.

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