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El Regalo

Mediados de los años sesenta. Para la época, vivía con su familia en la segunda planta de una casita en la parte alta en el barrio Manicomio, conformado por viviendas humildes de trabajadores, y que parecían reptar y abrazarse a los salientes de aquellos empinados cerros del oeste de Caracas.

Sus padres, con mucha pena, le habían advertido que ese año ‘El Niño Jesús era muy pobre’ y que sólo podría pedir en su carta para navidad, un pequeño y único regalo. Luego de pensarlo mucho, ver las diferentes opciones y discutirlo varias veces con ellos, llegaron juntos a una conclusión: Pediría una Superpelota. La había visto muchas veces en una propaganda de la TV, pero también en la luminosa vidriera de American Toy Storeuna vez que fue con papá a la zona comercial de Sabana Grande.

En la mañana del 25 despertó ilusionado, pero con miedo y dudas de haber recibido el regalo soñado. De un salto se incorporó de la cama y así mismo, descalzo y con el pijama grande heredado de su primo, corrió hasta el salón donde mamá había armado el nacimiento.

Entró a la habitación. Por la ventana entreabierta, se colaba Pacheco, el frío decembrino que bajaba en las mañanas de la montaña. Y entonces lo vio. Ahí estaba el pequeño paquete, el único regalo que allí reposaba, envuelto en papel de embalaje amarillo. Se acercó, lo tomó con ambas manos, rasgó el papel cuidadosamente y apareció ante sus ojos el envoltorio de plástico brillante, de forma triangular, con unas llamativas letras blancas en fondo rojo, de un idioma ilegible para él. Despedía un aroma agradable, un olor ‘a nuevo’; recordó que así olía aquella tienda norteamericana, inmensa, llamada Sears. Y en el centro del bulto, esplendoroso, increíble, resaltaba el objeto de sus deseos.

Primero con calma, luego casi con desesperación, intentó abrir el envoltorio. No deseaba romperlo, quería conservarlo pues era parte de su regalo. En su necesidad por destaparlo, se hacía daño en las uñas de sus pequeños dedos. Por fin logró separar las dos partes de plástico y cartón del envoltorio por una de sus esquinas. De golpe le llegó el olor fuerte, pero agradable de la goma industrial. Y por fin la pudo tomar con su mano derecha. Notó que era muy sólida y que pesaba más de lo que parecía. Era perfecta.

Cuidadosamente puso la cajuela de cartón y plástico a un lado. Separó y afianzó sus descalzos pies en el suelo de cemento. Flexionó las piernas, se encorvó un poco, rotó el tronco lo más que pudo hacia su derecha, alargó el brazo y apretó con energía la Superpelotacon la diestra. Y entonces, con todas sus fuerzas, en un solo movimiento, como un latigazo, buscó rebotar la esfera de goma contra el suelo.

Boing, boing, boing, la pelota botaba a una velocidad endiablada del piso, del techo, una pared… boing, boing, boing… volaba ligera de aquí para allá… boing, boing… seguía moviéndose, rápida, imparable… boing, boing, boing…

Entonces, un escalofrío le recorrió la espalda, mientras se le ponía la piel de gallina. La ventana entreabierta. Apenas tuvo tiempo de asomarse al cristal para ser testigo de como la pelota rebotó en la acera, luego brincó dos metros más allá, continuó saltarina calle abajo, cada vez más rápido, cada vez más alto, cada vez más lejos…

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