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Hollywood Y El Injusto Caso De Gilberto Manrique

Pocos venezolanos lo saben, pero cuatro décadas antes de que el guapetón de Edgar Ramírez llegase a pasear sus encantos sobre las alfombras rojas de Hollywood, un modesto compatriota, oriundo de Río Negro, Estado Amazonas, ya había logrado emerger del anonimato, saltar varios charcos y protagonizar uno de los más exitosos largometrajes de la historia del cine.

Gilberto Manrique, rebautizado en la meca del séptimo arte como Gill-Man, conoció el estrellato de manera vertiginosa en 1954 tras aceptar el papel protagónico de "El Monstruo de la Laguna Negra", la terrorífica historia llevada a la pantalla grande por el director ítalo-americano Joe Vivaelappio para los Estudios Universal.

Tras su debut actoral como villano en esta cinta — que de acuerdo a los más avezados cinéfilos, recrea su propia leyenda malandra en San Carlos de Río Negro—, Gilberto se convirtió en el primer latin lover escamoso y 100% criollo en conquistar el mercado cinematográfico internacional. Todo gracias al empeño de Vivaelappio, quien desde el primer momento se mostró tajantemente opuesto a la posibilidad de que el personaje estrella de su ópera prima fuera representado por cualquier actor de segunda embutido en un ridículo disfraz de goma.  Estando el venezolano en posesión de muchas de las particularidades morfológicas de los anfibios, lo cual le permitía moverse con comodidad tanto en la tierra como en el agua, Vivaelappio supo vender a los ejecutivos la participación de Manrique como una rentable inversión, que adicionalmente le otorgaría al proyecto una dosis de realismo, difícilmente alcanzable por futuras producciones de la competencia.  De esta manera, muy pronto se logró concretar un acuerdo y fue dispuesto lo necesario para el feliz y resbaloso traslado del protagonista a suelo americano.

Resultado de la visionaria decisión de Vivaelappio — así como de la nunca bien ponderada capacidad actoral del venezolano—, el film, que ha trascendido a nuestros días como un clásico del género, narra magistralmente la historia de la obsesión sexual de un monstruo acuático por una hermosa paleontóloga estadounidense que llega a la jungla suramericana en busca de especies prehistóricas.

La atractiva y delicada figura de la dama es descubierta por el personaje de Manrique mientras ésta chapotea grácilmente en aguas amazónicas enfundada en un sugerente traje de baño blanco. Tras nadar junto a ella durante algunos minutos sin ser visto, Gill-Man (también es el nombre de su personaje en la cinta) comienza a obsesionarse con la chica hasta el punto de no poder contener la perversa pulsión de rozarla con una de sus palmípedas extremidades.  La cándida joven con cuerpo de playmatey atractivos ojos color verde rana, parece no darse por enterada de la presencia del apasionado ser, que a partir de aquel encuentro, se verá irremediablemente destinado a emerger cada noche de las profundidades en medio de una erupción de viscosas burbujas de amor.  A lo largo de la película, Gill-Man sufre un  sinfín de violentos ataques por parte del grupo de humanos, así como múltiples y deshonrosos fracasos en los intentos de  llamar la atención de su contraparte femenina.

Durante las jornadas de grabación, realizadas entre Febrero y Agosto de 1954, el entonces novato actor encara con profesionalismo cada una de las exigencias del guion y es frecuentemente aplaudido por sus compañeros tras sus intervenciones.  Sin embargo, llegado el momento de la escena cumbre, en la que Gill-Man está destinado a morir de un balazo fulminante y caer de espaldas en la laguna para teñirla de colorante rojo, el venezolano — harto de quedar como el güevón de película—,  sufre un intempestivo ataque de malandraje endógeno y, retomando las malas mañas aprendidas en San Carlos de Río Negro, decide secuestrar a la muchacha, tomándola por la fuerza entre sus brazos, para sumergirla en su oscuro mundo subacuático. Como resultado de este arrebato (que gracias a las sabias directrices de Vivaelappio fue íntegramente grabado y aparece en la versión final de la cinta), quedará para la historia una de las escenas submarinas más terroríficas y a la vez sutilmente eróticas del cine de ficción.

A pesar de estos destellos de genialidad y sensibilidad actoral, Gill-Man, quien durante buena parte de los años sesenta es reconocido y adorado por multitud de espectadores que acuden en masa a los teatros para presenciar sus películas, consigue alcanzar un sitial en la historia del cine tan solo como un monstruo aterrador y no como el más grandioso actor de su generación, ya que su nombre se mantiene en estricto anonimato como parte de un injusto contrato con la industria.

Actualmente, convertido en un migrante más de los millones que se han visto obligados a dejar Venezuela en los últimos años, Gilberto Manrique se encuentra trabajando como maniquí viviente en una de las tiendas del parque de atracciones de Universal en Orlando, Florida, donde pasa sus días asustando niños y señoras mayores.

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