Soy la primera latinoamericana en comandar un vuelo aeroespacial. Aunque ya se nos adelantaron el catire farandulero de Virgin y el alopécico de Jeff Bezos, Elon Musk ha superado todos los estándares y héme aquí a 169 kilómetros de altitud sobre nuestro planeta y con mucho más tiempo de ingravidez para poder flotar mofándonos del cenizo Newton. Además nuestra cápsula espacial es más suntuosa y amplia con un diseño ergonómico que te defecas encima de lo arrechísimo que es. Tampoco es que sea El Poliedro pero casi. De ambiente musical tengo a Vytas Brenner alternándolo con Caramelos de cianuro, Los amigos invisibles, el Rocket Man de Elton John y Elisa Rego. Los otros panas de la tripulación son una jeva nipona, un canadiense, un sudafricano y una noruega que es medio cuaima. Estamos apendejeados tomándonos selfies como locos con la Tierra en plan background. Ando pensando que esto es la más extrema contraposición a viajar en El Metro que yo recorría de chama desde Las Adjuntas y hasta Palo Verde, abriéndome paso entre empujones y pisotones. El mundo gira, gira y gira y yo despegué contra todo pronóstico ya que ni el ADN ni el ambiente propiciaban todo esto que he llegado a ser. Los cursitos del CVA hicieron lo suyo y el english spoken me auxilió burda en este deporte extremo de la escalada sin arnés ni clavo ardiente donde guindarme. Coño y caerme a palos pero de bebidas con cafeína para trasnocharme y amanecer estudiando. Echándole un cerro de bolas y ganándome las distinciones de miss nerd, miss aburrida y misia Jacinta comearepas. Ni siquiera toda la tragadera de harina Pan y diablitos logró fagocitar mis neuronas hiperkinéticas. Con el tanque full de maltín-polar 95 octanos coroné mi licenciatura en la UCV y, luego, mi máster foráneo y par de doctorados. No sé, a ver si, de una, dejamos atrás la exportación de reinitas de belleza siliconeadas de frambuesa y jonroneros de bate erecto y balbuceos.