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Pereza

Nací cansado. Así que, tras desuterizarme y aterrizar en este mundo ancho y ajeno, bostecé y me quedé dormido sin el menor ápice de curiosidad ni por mis progenitores ni por el entorno. Mis virtudes teologales son el ocio, el tedio y el hastío que cumplimento a dedicación exclusiva mientras no estoy durmiendo. Debo confesar que soy un virtuoso de los ronquidos que van desde los más eufónicos hasta los honestamente discordantes con toda una gama intermedia que asombra a los oyentes. La maldición bíblica del trabajo me obliga a desempeñarme como probador de colchones, almohadas, poltronas reclinables y ese portentoso mueble multipropósito que es el sofá-camá donde el individuo puede sentarse, reponerse de la fatiga y reposar su humanidad, comer, leer, follar, dormir y reiterar todas las actividades anteriores en un ciclo virtuoso. Este pecado capital de la pereza prácticamente me exime del ejercicio de los seis restantes, salvo alguito de gula por el fastfood gracias al sacrosanto delivery y lujuria autoinducida merced a pornhub. Los editores insensatos de Transtextos me han encargado este relato en torno a la operación morrocoy que define mi existencia, aunque ya me temo yo que esto no va a exceder lo que se considera narrativa breve y así no incordiamos a los improbables lectores. Que así sea.

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#pecadoscapitales

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