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Zweig En Caracas

Antes de instalarse ya como exiliado oficial y definitivamente en Brasil, Zweig tanteó la posibilidad de hacerlo en Caracas, en Galipán exactamente, atraído por los discursos de Betancourt. Una breve visita a La Colonia Tovar lo disuadió de inmediato de abandonar la clandestinidad.

Sin embargo, su visita le valió para conocer una historia que por superstición de la editorial, pues todos los libros debían terminar en una página par y no tener ninguna en blanco, no pudo incluir en Momentos estelares de la humanidad. Fue en eso pocos días cuando conoció por accidente la historia del mejor comercial del mundo. La detalló en solo una hoja de papel.

Tomándose una cerveza en La Candelaria quiso entrenar su oído al extraño acento, a ese español tan distinto de su amigo Dalí, y prestó atención a los caballeros que se esforzaban por escribir algo en una hoja de block americano. Cuando uno hablaba los demás negaban con la cabeza y con gestos le tildaban de loco.

Disimulando que buscaba mejor luz para leer una edición vieja del Times acercó lo más que pudo su silla a la de los trajeados caballeros cuando pudo escuchar: no, no va a funcionar…

– No, no funcionará.

-¿Por qué? Dijo con cara de asombro y sin dejar de fumar.

-¡Caramba, es que no lo ves!

-¿Qué es lo que no veo?

— Que es demasiado largo, eso no es un jingle. Dijeron a coro los otros dos.

— Pues…que nadie cante.

— No sirve. No se puede sacar ningún slogan de ahí. Es un reflejo de tu afición por las novelas rusas, esto es más estilo Monterroso.

— Sí, algo corto, una frase, un lema. Algo que la gente pueda recordar fácilmente, no eso…a ver léelo otra vez a ver si nos quedamos con al menos alguna frase.

Afectando una voz de locutor de la época, lee:

“Hola, puede pasar con confianza va a verme limpiecita como un sol. Soy yo, me aseo con el limpiador de pocetas más, que desmancha más, que desinfecta más, que limpia más y no daña. Límpienos con el limpiador de pocetas maaas”

Al terminar todos rieron: no imposible, nadie podrá recordar nada de semejante parrafada y además esa carita de Betty Boop ahí pintada, estás loco.

-¿Y si la repetimos incansablemente, por varias generaciones?

Ahí fue cuando Zweig, hombre culto, coleccionista de incunables y pronosticador de eventos a gran escala, se dio cuenta que estaba ante una imaginación publicitaria mayor que la de Goebbels.

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