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- Arnoldo Rosas
Hoy es mi cumpleaños. Mamá me va a lavar y a poner buenmozo porque, en la tarde, tenemos una piñata y van a venir los vecinos y la vamos a tumbar y a comer torta y caramelos.
Lo mejor de todo es que viene papá. Él no vive con nosotros. El vecino sí vive con su familia, pero es un señor serio. Papá no. Vive riéndose y enseñando los dientes. Mami dice que él no tiene, pero sí son suyos, los mete en un vaso de agua por las noches y los enseña a cada rato porque se la pasa riendo.
Mamá, cuando cumplo años, debe ponerme bien bonito. Si mi papá me ve sucio se calienta y pelean y me pongo a llorar. Los vecinos siempre está peleando y Cheo llora todos los días. Por eso no me importa que papá no viva con nosotros, así nunca pelean y me alegro mucho cuando viene aunque deba bañarme y vestirme desde temprano y no pueda jugar para no ensuciarme.
Entonces, mamá agarra una ponchera y un tobo y me enjabona duro que me duele y me quita todo el sucio y me regaña, «Tú sí estás sucio, muchacho; eres una costra de tierra». Hoy me enjabona más duro que nunca. Me quiere dejar limpio-limpio, limpísimo. En cambio, Cheo está hoy igual a todos los días, corriendo y jugando y a lo mejor viene así, sucio, y no lo regañan, aunque su papá se la pasa regañándolo y pegándole.
El papá de Cheo es seriesote y usa unos lentes así, se le ven los ojos grandísimos como un sapo, pero no le importa que Cheo ande sucio ni corriendo por la calle. Mi mamá sí no me deja, no le gusta que yo ande por ahí jugando, me pueden atropellar; «Juega adentro», me dice; pero adentro no es lo mismo.
Yo vi ya la piñata. Mamá no quería que la viera y la vi escondido. Es un barco igualito al de la televisión, bota humo y todo, de verdad-verdad. Azul y blanco, de papel, y cabe gente. Antes de tumbarla me le voy a meter dentro para ir a pescar con papá. A él le gusta la pesca, como a mí. Una vez nos fuimos a pescar y pesqué un pescado grandote-grandote y nos hundimos y otra lancha nos salvó.
En la piñata hay caramelos y jugueticos y cuando la tumban todos se tiran al suelo a recogerlos, pero yo no: me ensucio y me puede pasar algo y mamá no me deja.
Papá debe venir como a las cuatro, a lo mejor más tarde. Él maneja un autobús. A mamá le da miedo: Hay muchos accidentes y la gente se mata en los autobuses. Papá se ríe de eso, él es el mejor y no se va a matar. Viene hoy y me va a traer un juguete envuelto para regalo y vamos a jugar los dos y más nadie. Él me quiere mucho y yo también porque siempre me trae juguetes y se la pasa riendo.
Cuando sea como las tres y media mamá me va a tener listo y nos vamos a ir al balcón a esperarlo. Por eso a las dos deben haber traído la torta y guardado la gelatina y los refrescos en la nevera. Ya todas las bombas están infladas, de esas que dicen “Feliz cumpleaños”, rojas y azules con letras blancas. Yo ya sé leer y dicen feliz cumpleaños; antes no sabía y mamá contaba que tenían mi nombre, pero dicen feliz cumpleaños y yo no me llamo así, y no conozco a nadie con ese nombre.
Desde el balcón se ve la calle. Cuando llueve me paro a ver la gente corriendo. Me da mucha risa, se embojotan todos en papel periódico y se resbalan. Yo les grito groserías sin que me vean y creen que es Cheo, él tiene fama de maluco y grosero, pero es mentira. Cheo es mi amigo y no confieso, porque entonces mi mamá me va a pegar y me va a prohibir ver televisión y me va a llamar hijo del demonio. Eso no me gusta, yo soy hijo de mi papá y él no es el demonio; él es bueno y se la pasa riendo y me trae regalos.
El demonio es feo y negro como el que vende revistas en la esquina y tiene los ojos así, rojos como un conejo, y una cola como la de un cochino y no camina, salta, como en las comiquitas.
Yo conozco al demonio, todas las noches se me aparece y se me queda mirando, yo no me asusto, le saco la lengua y rezo, mamá dice que hay que rezar para espantar al diablo y hacerme un niñito bueno.
Cuando venga papá lo voy a ver venir desde el balcón. Me va a traer una caja con un lazo y todo, con un juguete: él sabe que a mí lo que me gusta es jugar y ver televisión. Vamos a meternos en el barco y después vamos a tumbarlo para coger los caramelos y vamos a cantar el cumpleaños feliz, y voy a soplar las velas y a pedir un deseo sin decírselo a nadie para que se cumpla, y vamos a comer la torta y la gelatina y a tomar refrescos. Hoy es mi cumpleaños y lo voy a pasar requetebién porque viene papá y se va a reír y a echar broma con todos. Hasta el papá de Cheo se va a reír con él.
Ya tenemos rato en el balcón. No ha pasado ningún autobús. Papá va a venir, yo lo sé. Va a estacionarse enfrente y va a cruzar la calle riéndose y tirándome besos. Él sabe que no me gusta que me tiren besos porque entonces Cheo me llama mujercita. Yo no soy ninguna mujercita. Una vez Cheo me llamó así y le caí a golpes y él me pegó más duro y me hizo llorar y me fui y él me decía: «Mujercita, mujercita, llorando como una mujercita». Yo le dije que él también se la pasaba llorando y seguimos siendo amigos. Ni él ni yo somos mujercitas, aunque lloremos.
Allá viene.
Al autobús de papá yo lo reconozco. Ningún otro como ése pasa por aquí. Es bonito. Todos los demás son feos y rotos.
¡No se está parando!
Sale por la ventanilla y me dice:
Adiós, mijo. Vengo mañana, hoy no puedo. Feliz cumpleaños, que te diviertas. Chao.
Ahora vamos para adentro, vamos a tumbar la piñata. Cheo ya vino y los demás también. Qué bueno que vamos a tumbar la piñata, lo que más me gusta de mi cumpleaños es cuando tumban la piñata.
Del libro “Olvídate del tango”
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