DAGÓN
Nadie nota mi olor. Son vomitados por el ascensor y se mueven como ratoncitos por los pasillos hasta llegar a sus escritorios.
Feed de narrativa, fundado por Javier Miranda-Luque (1959 - 2023) y editado actualmente a seis manos (desde Buenos Aires, Barcelona y Caracas), por los caraqueños diasporizados Luis Garmendia y Quim Ramos, y el caraqueño sin diasporizar (¿por ahora?) Mirco Ferri, cuya idea es la de postear textos propios y de autores invitados. ¡Bienvenido cada par de ojos lectores que se asomen a estos predios!
Nadie nota mi olor. Son vomitados por el ascensor y se mueven como ratoncitos por los pasillos hasta llegar a sus escritorios.
Y piensa por primera vez en mediar entre ambos, se asombra de este pensamiento y lo anega trayéndole el café a la cama.
Solo cinco familias de pescadores dieron vida a El Agüero; por ello, el caserío resultaba como un clan que había hallado refugio junto a la desembocadura de uno de esos ríos que nacen en el valle y se disparan a hacia el norte para medir las profundidades del golfo.
Desamparado y gruñendo dormido, estiró los brazos y busco un cuerpo al cual prenderse.
Érase una vez un joven llamado Axel, el cual, desde pequeño, leía. Desde pequeño, estudiaba. Desde pequeño, sabía.
Hoy es mi cumpleaños. Mamá me va a lavar y a poner buenmozo porque, en la tarde, tenemos una piñata y van a venir los vecinos y la vamos a tumbar y a comer torta y caramelos.
En alguna parte, pero en dónde, no lo recuerdo, escribí la historia de mi adicción.
La tarde escuece como la piel de Fermín, curtida por el sol implacable mientras el machete abre camino entre la maleza del cafetal.
Mientras podaba las ligustrinas bajo el sol agobiante de diciembre, rompí por descuido uno de los doscientos duendes que custodian el jardín de doña Elisa. Ella, colérica, me echó sin pagarme un centavo.
Cuando era niño, mi madre me enseñó a enhebrar una aguja. La clave, dijo, era mojar un poco el hilo y no tener prisa.